jueves, 3 de mayo de 2012

Crisis


Se entrenaban para estar muertos y así poder introducirse en los cubos de basura. Luís, el basurero del barrio de San Felipe los recogía con la escoba y los lanzaba entre los restos de carnes podridas, de verduras abandonadas y de fruta repleta de gusanos. Para los gatos del barrio aquello era un festín, se hacían los muertos para poder seguir viviendo. Pero desde la llegada de la crisis todo ha cambiado en los callejones de San Felipe, y hoy un viejo gato pardo, al caer en el cubo, en lugar de encontrar un banquete ha encontrado un hombre vivo, relamiéndose.

sábado, 18 de febrero de 2012

La historia inédita

Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel y pienso que esa fue la única historia que nunca me contó. Vuelvo a tapar el cuerpo con la sábana blanca y digo, por primera vez, en voz alta:
- Sí, este muerto es mi abuelo.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Egocidio


Mi sombra era más hermosa que yo. Todo en ella era perfecto: el cabello encaracolado, la silueta firme y delgada, su contorno sobre la rugosidad del empedrado. Era capaz de deslizarse en los días de viento como si fuese una nube, conseguía volar entre la agonía de la ciudad sin perder la compostura, era indemne a todo y a todos. Mi sombra era fuerte y segura, no tenía defectos ni conocía el miedo. Caminaba junto a mí con la cabeza erguida, consciente de ser única y distinta; al contrario de mí. Por eso, un día tuve que matarme.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Bajo las glicinias

Dice mi padre que un jardín secreto es el mejor lugar para contar la verdad. Siempre me enseñó que andar en círculos no sirve de nada, que es más útil descansar en un banco de jardín y buscar las palabras. Por eso estoy hoy aquí, para decirle a Manuel que ya no puedo continuar así, en esta relación encerrada entre cuatro paredes.
Al principio todo era distinto, existían las rosas en el desayuno, las sonrisas antes de ir a trabajar, las tardes tumbados en la hierba, bajo los robles del parque; y sobre todo existían los sueños, como si viviésemos bajo las cuatro esquinas del cielo.
Pero después llegaron los otoños y las hojas secas, después comenzó a robarme el aire. Durante un tiempo quise quererlo, quise sentarme a su lado en la mesa y tener algo que decirle, intenté buscar la excusa perfecta para continuar atada a su lado. Pero las excusas son apenas eso, excusas... e intervalos de silencio que no sirven para nada. Por eso estoy aquí, sí, para contar la verdad y poder seguir viviendo.

domingo, 28 de agosto de 2011

La confesión


Antes de que marcara el número la maté. Al principio me resultaba simpática, pero después comenzó a sonreírme cada vez que salía del despacho. Quizá sea porque siempre he detestado a las mujeres que se llaman Socorro, pero el caso es que llegó un momento en el que ya no conseguía soportarla. Cuando tocaba suavemente a la puerta y preguntaba: "¿puedo entrar, Señor Juez?", siempre elegante, servicial, con la sonrisa en la boca, dispuesta a cumplir el más mínimo de mis caprichos, sentía una punzada en la sien, un dolor de resaca que me recorría la cabeza. Tuve que matarla, no me quedó otro remedio.

(Espero que este cura de mierda no rompa el juramento que ha hecho, sino también me veré obligado a matarlo.)

lunes, 15 de agosto de 2011

Locura

Javier se levanta de la mesa sin decir nada. Desde que vive en el asilo siente que el mundo en realidad es un espacio cerrado y lleno de límites. Daniel, el joven que llegó hace pocas semanas, intenta detenerlo, pero Javier hace días que se rige por sus propias reglas. Camina despacio hacia la puerta, contando mentalmente los pasos, como hace cada vez que se decide a probar un nuevo camino. Lleva el cuchillo del almuerzo en las manos, y lo aprieta con fuerza y con angustia. El silencio se instala en el comedor.


El enfermero lo ve acercarse y sonríe. Le da un codazo a su compañero y señala al anciano que se dirige hacia él con paso trémulo. Desde que trabaja en el asilo siente que el mundo en realidad es una mierda. "Pero me pagan bien", piensa, mientras juguetea con los tranquilizantes que guarda en el bolsillo del uniforme.


Cuando ambos se encuentran, Javier levanta el cuchillo y los enfermos comienzan a gritar al unísono. El enfermero se ríe, lanza algunos insultos a la sala y agarrando a Javier por los hombros le da un puntapié en el estómago. El cuchillo cae al suelo repiqueteando entre las cuatro paredes del asilo psiquiátrico. Javier, doblado por el dolor, murmura entre dientes: "¡El mundo, el mundo! Arrodillado en el suelo, solo Javier consigue escuchar las palabras susurradas por el enfermero: "Los locos como tú y como yo no deberían tener mundo".

lunes, 28 de febrero de 2011

(A)divino


Las personas cuando entran en el metro siempre van mirando al suelo. Se meten las manos en los bolsillos cuando intento darles el papel en el que anuncio mis servicios. Poco les importa que yo tenga la capacidad de cambiarles el futuro, de adivinar enfermedades, número de lotería o almas gemelas. Hace veinte años que hago esto: paso los días en la boca del metro de la plaza de la Asunción, buscando clientes a los que arreglarles la vida. En el fondo me gusta estar en la calle, quieto, viendo como los demás caminan; buscando el cliente perfecto, aquel que tiene todo un mundo dentro y aún no lo sabe.
Hoy llueve un poco y aún no se ha disipado la niebla de la mañana, las luces de las farolas se van encendiendo poco a poco, y la entrada del metro se llena de gente. De pronto, entre la multitud, la veo acercarse: cargada de bolsas, con un traje de chaqueta y falda gris, los zapatos negros de tacones altos, el pelo recogido, y cerrando, al teléfono, el último contrato del día. La niña triste que fue continúa en su mirada, las bromas de los otros niños le revolotean aún en la nuca y el olor a pastel de su abuela le protege la espalda como un abrazo. Llega tarde a casa, no… a casa no, a la escuela de sus hijos. Tiene… dos, tres: un niño y dos niñas. Aún no le ha contado a su marido que ayer fue al médico, y que los pólipos que tiene en el útero puede que no sean tan inofensivos como parecían al principio.
Me necesita. Necesita que le diga todo lo que va a pasar. Todos necesitamos estar listos, saber qué es lo que vendrá después del siguiente paso. Mientras busco uno de mis anuncios publicitarios en el bolsillo, oigo un frenazo. Al levantar la mirada la veo extendida en el suelo, con las bolsas abiertas sobre su traje gris, con la mirada fija en el cielo y en la lluvia que cae. La gente se agolpa a su alrededor, intentando reanimarla sin éxito.
La verdad es que me sorprende no haberlo visto antes, pero en esta profesión, como en cualquier otra, estas son cosas que pasan, al fin y al cabo no puedo ser Dios.